Me sentía lijera, como si no pesara nada. Aún podía sentir la lluvia que caía hacia abajo en busca de el final de aquel vacío. Las gotas se me clavaban como espinas, pero no me dolía, simplemente notaba su dura presión.
Cerré los ojo, dejandome llevar, no me preocupaba lo que pasara después, estaba preparada para el impacto contra suelo que no parecía tener final. Pero los segundos pasaban y no había impacto. Cada segundo me parecía eterno, aunque disfrutaba con aquella eternidad. No veía nada, la oscuridad me atrapaba, metiendose por cada rincón de mi cuerpo, oprimiendome el pecho y asfixiandome el corazón.
No sabía cual sería mi final, tampoco me importaba, ahora ya todo daba igual. Bebía de aquel veneno por puro placer. Solo deseaba una cosa: que la caída acabara pronto.
Me encontraba sumida en un sueño mientras flotaba en mi própia nube, cuando de pronto, sentí un gran estruendo y un dolor punzante recorría toda mi espin dorsal. La caída había cesado. Ahora estaba allí tendida en el suelo, sin poder ver nada, mientras me desangraba de arriba a bajo. La sangre brotaba por todo mi cuerpo, manchando el suelo. Notaba como el calor de la sangre se desprendía del cuerpo, como cada gota salia a el exterior.
Este era mi final. Mi dulce final
y entonces...
25
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Pangea
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