Volví a casa casi de inmediato: le dije a mi tutor que aún me encontraba mal y me envió rápidamente a casa con el permiso de mis padres. Sinceramente no me encontraba del todo mal, no mentí, simplemente exageré.
Al llegar a casa dejé la mochila en mi cuarto y de un salto me tumbé en la cama.
Suspiré.
Me faltaba algo, notaba que no era un simple algo, era importante, lo necesitaba. Pero... ¿Qué era?
Volví a marearme, no veía con claridad los muebles de mi habitación. Cerré los ojos con intención de que se me pasase. Otra vez el vacío de esta mañana... Pero esta vez más fuerte. Intenté pensar en otra cosa, pero me dí cuenta de que mis recuerdos estaban borrosos. No le dí importáncia.
Acto seguido de adentrarme en mis pensamientos me acurruqué en mi misma mordiendome el labio.
En mis pensamientos se dibujaba el rostro de él, tan claro y preciso que por un momento creí que estaba ahí. Sus ojos verdes brillaban como la luz del sol mientras una cálida brisa me ruborizaba todo el cuerpo. Noté que mis mejillas ardían.
Volví a suspirar.
Era la primera vez que veía a ese chico, aunque tenía la sensación de que él había estado dentro e mis pensamientos. Tenía miedo, no lo conocía de nada y ya pensaba en él e incluso se me hacía casi imposible no pensar.
Todo había sido tan efímero... Quería volverlo a ver de la manera que fuese.
Un dulce escalofrío en mi nuca hizó que me revolviera entre mis sabanas.
Ahora si que el mareo había cesado.
17
de
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Pangea
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