Me sentía lijera, como si no pesara nada. Aún podía sentir la lluvia que caía hacia abajo en busca de el final de aquel vacío. Las gotas se me clavaban como espinas, pero no me dolía, simplemente notaba su dura presión.
Cerré los ojo, dejandome llevar, no me preocupaba lo que pasara después, estaba preparada para el impacto contra suelo que no parecía tener final. Pero los segundos pasaban y no había impacto. Cada segundo me parecía eterno, aunque disfrutaba con aquella eternidad. No veía nada, la oscuridad me atrapaba, metiendose por cada rincón de mi cuerpo, oprimiendome el pecho y asfixiandome el corazón.
No sabía cual sería mi final, tampoco me importaba, ahora ya todo daba igual. Bebía de aquel veneno por puro placer. Solo deseaba una cosa: que la caída acabara pronto.
Me encontraba sumida en un sueño mientras flotaba en mi própia nube, cuando de pronto, sentí un gran estruendo y un dolor punzante recorría toda mi espin dorsal. La caída había cesado. Ahora estaba allí tendida en el suelo, sin poder ver nada, mientras me desangraba de arriba a bajo. La sangre brotaba por todo mi cuerpo, manchando el suelo. Notaba como el calor de la sangre se desprendía del cuerpo, como cada gota salia a el exterior.
Este era mi final. Mi dulce final
y entonces...
Hay una manta oscura en el cielo, tapando la claridad del día. La luna ríe maliciosa, su piel de terciopelo deslumbra cada día más. El sol llora oculto entre las tinieblas, hace tiempo que apagaron su fuego interno.
Yo estoy entre el sol y la luna, a un paso del vacío. Me lo miro con recelo, no veo el final, ni siquiera una pequeña luz tenue que me guíe.
Cierro los ojos e intento no pensar. Mis párpados se agitan mientras las finas gotas del sirisimi danzan sobre mi piel. Noto el viento agitar mi pelo largo, es como si se quisiera desprender de mi cabeza. El aire es frío, podría sentir como este se pegaba a mis labios y los congelaba, mientras que poco a poco los cortaba haciendome pequeñas heridas.
Seguía con los ojos cerrados, con mi cuerpo tiritando de frío, pero en este momento no me importaba nada en absoluto. ¿Acaso esto era la libertad? No... No podía serlo, se suponía que la libertad era bonita, llena de felicidad... O al menos así me habían educado. Aunque esta sensación no me desagradaba. Me sentía libre. Libre de mis sentimientos y ataduras, duera de mis heridas más profundas y dolorosas. Ahora mismo me sentía indolora. Mi mente había creado un gran vacío blanco que me despegaba el dolor del cuerpo.
Como un instinto abrí los ojos repentinamente. Y lo ví... Ví el hotizonte delante mío, aquella línea que parecía tan inalcanzable, intocable... Ahora lo tenía delante mío, más cerca que nunca, casi la podía tocar.
Mis ojos se entrecerraron. Estaban embelesados con aquél fenómeno. Mi cuerpo ya no respondía, había perdido el control total de mi cuerpo y de mi ser. Mi mente se balanceaba de un lado para otro. El sirisimi que me mojaba se conviertió en una gran tormenta. Una cortina de agua me ahogaba mientras distorsionaba mi visión del horizonte, llenando el vacío rocoso que había ante mis pies. ¡Que hermosa vesión!¡Que hermoso paisaje!
Fué como un estímulo, ¡todo pasó tan depreisa! Mis pies dieron un paso y cayeron al vacío.